Los mandamientos de la Iglesia

El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica que los 5 mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella.

 

“El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo”.

 

1. Oír Misa entera todos los Domingos y Fiestas de guardar.

Todos tenemos la obligación de emplear parte de nuestro tiempo para consagrarlo a Dios y darle culto, esta es una ley inscrita en el corazón. Es ley natural darle culto a Dios, y la Misa es el acto fundamental del culto católico. De este modo la Iglesia concreta el tercer mandamiento de la Ley de Dios y el deber de los cristianos es cumplirlo, además de ser sobre todo un inmenso privilegio y honor.



Este mandamiento exige a los fieles participar en la celebración eucarística, el día en que se conmemora la Resurrección de Cristo y en algunas fiestas litúrgicas importantes. El no cumplirlo es pecado grave para todos aquellos que tienen uso de razón y hayan cumplido los siete años. Para cumplir este precepto hay que hacerlo el día en que está mandado, no se puede suplir. Implica una presencia real, es decir, hay que estar ahí y hay que escucharla completa.



La Misa o sacrificio eucarístico del cuerpo y la sangre de Cristo, instituido por Él para perpetuar el sacrificio de la Cruz, es nuestro más digno esfuerzo que podemos hacer para acercarnos a Dios, y más útil para conseguir el aumento de la gracia.

2. Confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de muerte, y si se ha comulgar.

Hay que acudir a este sacramento – como todos los demás, signo sensible eficaz de la gracia, instituido por Cristo y confiado a la Iglesia - para asegurar la preparación para la Eucaristía mediante su recepción que continua la obra de conversión y perdón del Bautismo. No basta con acudir, sino que hay que cumplir con todos los requisitos que el sacramento impone. El asistir sin cumplir con los actos del penitente, se convierte en una confesión sacrílega. Esto no implica que la confesión frecuente no sea recomendable, sino todo lo contrario, para quienes quieren ir perfeccionando su vida, confesarse con frecuencia es uno de los mejores medios.

3. Comulgar por Pascua de Resurrección.

Este mandamiento garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo de Cristo. Siempre hay que comulgar en estado de gracia y cumplir con el ayuno eucarístico. Se debe de recibir la comunión dentro de la Misa, los enfermos incapacitados para asistir a Misa deben de recibir el viático.

4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia.

Esto asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y contribuyen a adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad de corazón. No implica que hacer penitencia durante todo el año no sea de provecho.



La abstinencia es una práctica penitencial por la que se le ofrece a Dios el sacrificio de no tomar carne u otro alimento, recordando así y uniéndose a los dolores de Cristo por nuestros pecados.

5. Ayudar a la Iglesia en sus necesidades.

El mandamiento señala la obligación de cada uno según sus posibilidades a ayudar a la Iglesia en sus necesidades materiales, para poder continuar con su misión. Las necesidades de la Iglesia son muchas.



La Iglesia fue querida por Nuestro Señor Jesucristo, su fundador. Ella vela por el bien de los fieles, su misión es ayudar a alcanzar la salvación. Como católicos debemos sentirnos parte de Ella, amándola y defendiéndola siempre.

Dones del Espíritu Santo

Los dones del Espíritu Santo son las gracias o manifestaciones que recibimos los creyentes. En la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo tiene un protagonismo similar al de Dios Padre o al de Jesucristo, y se hace presente en la vida de la Iglesia de muchas formas distintas.

 

Como puede verse en la presencia del Espíritu en la Biblia, los dones del Espíritu Santo son muchos y muy variados, sin embargo los que nombramos como los 7 dones del Espíritu Santo son el listado que los Padres de la Iglesia comentaron desde los primeros siglos, y que están basados en una lectura de Isaías (Isaías 11,2)

¿Cuáles son los frutos del Espíritu Santo?

De forma similar a los conocidos como «dones», hablamos de unos frutos del Espíritu Santo, que son características humanas que podemos ejercer y perfeccionar gracias a la presencia del Espíritu en nuestra vida.

 

El listado de los conocidos como frutos del Espíritu Santo se toma de la carta de Pablo a los Gálatas:

 

El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio.

Gálatas 5, 22-23

 

Los listados tradicionales recogen 12 frutos del Espíritu, basándose en una traducción antigua que desdoblaba algunos de estos frutos: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad

Los dones del Espíritu en el Antiguo Testamento

Son muchas las citas del antiguo testamento que nos relatan las acciones del Espíritu Santo.

Destaca la cita del libro de Isaías que describiendo el efecto del Espíritu Santo sobre el Mesías, enumera los dones del Espíritu Santo tal y como los conocemos.

 

Se posará sobre él el espíritu del Señor, el espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, el espíritu de conocimiento y temor del Señor.

Isaías 11, 2

 

La cita de Isaías solo recopila seis dones, al igual que ocurre con la cita de la carta de Pablo a los Gálatas, la tradición de la Iglesia se basó en una traducción anterior y menos exacta para enumerar los siete dones, incluyendo la piedad, que no aparece en este texto.

Los dones del Espíritu en el Nuevo Testamento

A lo largo de los libros del Nuevo Testamento son muchas la citas que nos hablan de la acción del Espíritu Santo en los creyentes. Cuando hagamos la descripción de tallada de cada don incluiremos más citas, pero destacamos aquí:

 

El Espíritu Santo os enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir

Evangelio de Lucas

 

El viento sopla donde quiere y oyes su voz… Así es todo el que ha nacido del Espíritu

Evangelio de Juan

 

Y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: es el Espíritu de la verdad

Evangelio de Juan

 

A nosotros, en cambio, Dios nos lo reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, incluso las profundidades de Dios

Primera carta a los Corintios

 

La carta de Pablo a los Romanos contiene una serie de capítulos dedicados al bautismo y la vida en el Espíritu.

Otras listas de dones

Como comentábamos la lista de dones podría ser diferente según las citas en las que nos fijemos. En el Nuevo Testamento encontramos varias citas con otras posibles listas de dones. Veamos algunos ejemplos:

 

Usemos los dones diversos que poseemos según la gracia que nos han concedido: por ejemplo, la profecía regulada por la fe, el servicio, para administrar; la enseñanza para enseñar; el que exhorta, exhortando; quien reparte, con generosidad; el que preside, con diligencia; el que alivia, de buen humor.

Romanos 12,6-8

 

Uno por el Espíritu tiene el don de hablar con sabiduría, otro según el mismo Espíritu el hablar con penetración, otro por el mismo Espíritu la fe, otro por el único Espíritu carisma de sanaciones, otro realizar milagros, otro profecía, otro discreción de espíritus, otro hablar lenguas diversas, otro interpretarlas.

Primera Corintios 12,8-10

 

Cada uno, como buen administrador de la multiforme gracia de Dios, ponga al servicio de los demás el carisma que haya recibido. Si habla: como si pronunciara oráculos de Dios; si sirve: como con la fuerza que Dios otorga; de modo que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo.

Primera carta de Pedro 4,10-11

Los 7 dones del Espíritu Santo, detalle de su significado

1. Sabiduría

El don de la sabiduría nos permite conocer el plan de Dios, acercarnos a su realidad de amor y aprender a vivirla de forma cada vez más completa. El Espíritu de Sabiduría nos facilita encontrar y experimentar la realidad amorosa del Reino de Dios.

 

También conocido como «espíritu de discernimiento» nos ayuda a distinguir lo que nos conduce hacia Dios, aquellas cosas que realmente hacen referencia a él. De esta forma podemos entender lo que nos favorece o perjudica.

 

La sabiduría es la obra del Espíritu Santo en nosotros para ver una nueva visión del mundo según los ojos de Dios, no basada en nuestros prejuicios y limitaciones. Además, la sabiduría trae el gusto por la Palabra de Dios.

 

Para profundizar el significado del don de la sabiduría, podemos leer las siguientes citas bíblicas.

 

Es necesario discernir para saber qué es lo que viene de Dios:

 

Queridos, no os fieis de cualquier espíritu, antes comprobad si los espíritus proceden de Dios; pues muchos falsos profetas han venido al mundo

Primera Carta de Juan 4, 1

 

La sabiduría de Dios no tiene por qué seguir nuestros patrones:

 

La locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más fuerte que los hombres.

Primera Carta a los Corintios 1, 24

 

Cuando os entreguen, no os preocupéis por lo que vais a decir; pues no seréis vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre hablando por vosotros.

Mt 10, 19-20

 

Proclama la Palabra, insiste a tiempo y destiempo, arguye, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía.

Segunda carta a Timoteo 4, 2

2. Don de Inteligencia o Entendimiento

El don de la inteligencia, también conocido como entendimiento, nos permite reconocer a Dios, avanzando más allá de las apariencias y ayudando a nuestra fe. El Espíritu de Inteligencia nos da un conocimiento de los misterios de la fe, de la verdad revelada, de la profundidad de Dios.

 

El espíritu de inteligencia ilumina nuestra mente de forma que no nos quedemos con lo superficial. Es quien nos ayuda a comprender en profundidad la Palabra cuando la leemos o escuchamos.

 

Para profundizar el significado del don de la inteligencia o entendimiento, podemos leer las siguientes citas bíblicas.

 

Reconocer a Dios en toda circunstancia:

 

Les daré inteligencia para que reconozcan que soy yo el Señor; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, si vuelven a mí de todo corazón.

Jeremías 24, 7

 

Te instruiré y te señalaré el camino que has de seguir, te aconsejaré, fijaré en ti mis ojos

Salmo 32, 8

 

Nos permite acoger lo que Dios quiere mostrarnos

Enséñame a escuchar para que sepa discernir entre el bien y el mal

Primer libro de los Reyes 3, 9

 

Jesús promete el Espíritu Santo para ayudarnos a comprender su Palabra

 

El Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije.

Juan 14, 26

 

Descubrir las cosas de Dios que no están a la vista:

 

Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para quienes lo aman. A nosotros nos lo ha revelado Dios por medio del Espíritu; pues el Espíritu lo explora todo, incluso las profundidades de Dios.

Primera Carta a los Corintios 2,9-10

 

Como les ocurrió a los discípulos de Emaús:

Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron.

Lucas 24, 31

3. Don de Consejo

El don de Consejo nos aporta la posibilidad de valorar entre las diferentes opciones y caminos que se abren para nosotros. El Espíritu de Consejo nos ayuda a distinguir lo correcto e incorrecto, lo verdadero y falso para poder tomar decisiones con acierto.

 

También el Espíritu de Consejo nos permite aportar una palabra de ayuda a otras personas que buscan seguir la voluntad de Dios, saber escuchar y si se nos solicita, orientar.

 

El Espíritu Santo, por su don de consejo nos puede ayudar en los grandes momentos de la vida, pero también en los más pequeños y corrientes, aportándonos prudencia, confianza y paciencia. Cuando lo acogemos en nuestro corazón el Espíritu Santo comienza inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios.

 

Para profundizar el significado del don del consejo, podemos leer las siguientes citas bíblicas:

 

La profecía de Isaías identifica el efecto del Espíritu sobre el Mesías, lo que se cumplirá en Jesús:

 

Porque un niño nos ha nacido, nos han traído un hijo: lleva el cetro del principado y se llama Consejero maravilloso, Guerrero divino, Jefe perpetuo, Príncipe de la paz.

Isaías 9, 6​

 

Lo inspirará el respeto del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará con justicia a los desvalidos, sentenciará con rectitud a los oprimidos.

Isaías 11, 3-4

 

Nos permite conocer la voluntad de Dios, así como los caminos adecuados para conseguirla

 

Bendigo al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.

Salmo 16, 7

4. Don de Fortaleza

El don de la fortaleza nos aporta el ánimo y la confianza necesarios para hacer frente a las dificultades, para superar los obstáculos de la vida del creyente.

 

El Espíritu de fortaleza vence el temor de los peligros, nos da firmeza en nuestras decisiones, aunque comporten dificultad.

 

La fortaleza nos hace comportarnos como profetas, denunciando las injusticias con coraje. Es la valentía para enfrentarse a las dificultades del día a día de nuestro compromiso como cristianos.

 

Hay ejemplos heroicos de perseverancia y firmeza incluso hasta dar la vida, como es el caso de los mártires.

 

También hay infinidad de casos de hombres y mujeres santos que luchan en el día a día. Personas que desde el silencio de su vida cotidiana son modelos de generosidad y llevan adelante su vida, su familia, su trabajo y su fe con fortaleza.

 

Para profundizar el significado del don de fortaleza, podemos leer estas citas bíblicas.

 

La fortaleza ayuda a no retirarse frente a amenazas y persecuciones:

 

No te asuste lo que vas a padecer; porque el Diablo va a meter en la cárcel a algunos de vosotros y sufriréis durante diez días. Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida.

Apocalipsis 2, 10

 

De nuevo incluimos este versículo, también la fortaleza proviene de Dios:

 

La locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más fuerte que los hombres.

Primera Corintios 1, 24

 

Jesús nos prometió ser revestidos por el Espíritu Santo de fuerza.

Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos.

Hechos de los Apóstoles 1, 8

 

Yo os envío lo que el Padre prometió. Por eso quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza.

Lucas 24, 49

5. Don de Ciencia

El don de la ciencia nos facilita la comprensión de la creación como obra de Dios y como parte de las señales que nos llevan a él. Nos abre a la contemplación de Dios, en la belleza y grandiosidad de la creación.

 

El Espíritu de ciencia nos aporta el sentido de gratitud ante la grandeza de la creación. No solo grandeza, sino también ante la belleza de la naturaleza o del ingenio creador y artístico de la humanidad.

 

La ciencia, como don del Espíritu Santo, nos permite entender cómo la mano de Dios está detrás de todo lo creado, nos hace apreciar correctamente las cosas de forma que podamos encontrar en ellas las huellas de Dios.

 

El Espíritu Santo, con su don de ciencia no se limita a facilitarnos el conocimiento humano: aún más importante, nos lleva a captar en la creación la relación profunda con el amor de Dios.

 

Para profundizar el significado del don de ciencia, podemos leer las siguientes citas bíblicas.

 

El conocimiento de Jesucristo va ligado al don de la ciencia:

 

Conocer el amor del Mesías supera todo conocimiento. Así os llenaréis del todo de la plenitud de Dios.

Efesios 3, 19

 

El Espíritu Santo nos revela lo que es de Dios:

 

¿Quién conoce lo propio del hombre sino el espíritu humano dentro de él? Del mismo modo nadie conoce lo propio de Dios si no es el Espíritu de Dios

Primera carta a los Corintios 2, 11

6. Don de Piedad

El don de la piedad hace crecer nuestra relación con Dios, llevándonos a vivir como hijos e hijas suyos. Al fomentar la consideración de Dios como Padre, genera un sentimiento fraternidad con toda la humanidad. El Espíritu de piedad nos ayuda a estar abiertos a la voluntad de Dios. Quita de nuestros corazones la división y lo alimenta de comprensión, tolerancia y perdón.

 

El Espíritu Santo, por el don de la piedad, nos invita a construir la civilización del amor como fruto de la comunión con Dios. Volcar este amor de Dios hacia los demás y a reconocerlos como hermanos y hermanas.

 

Piedad significa ser capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad.

 

Además, el don de la piedad es el que introduce el ejercicio de la oración en nuestras vidas.

 

Para profundizar el significado del don de piedad, podemos leer las siguientes citas bíblicas.

 

Hermanos, acerca de los dones espirituales no quiero que seáis ignorantes. Sabéis que cuando erais paganos, seguíais un impulso hacia ídolos mudos. Por eso os hago notar que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir: ¡maldito sea Jesús! Y nadie puede decir: ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo. 

Primera carta a los Corintios 12, 1-3

 

La piedad implica vivir para Dios.

 

Porque la gracia de Dios que salva a todos los hombres se ha manifestado, enseñándonos a renunciar a la impiedad y los deseos mundanos y a vivir en esta edad con templanza, justicia y piedad

Tito 2, 11-12

 

Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí.

Juan 14, 6

7. Don de Temor de Dios

El don del temor de Dios nos recuerda lo pequeños que somos, la humildad que debemos tener para permanecer y crecer con él. El temor de Dios es muy diferente del miedo. El miedo es lo contrario a la fe y todos los dones del Espíritu apoyan y aumentan nuestra fe. Jesús insiste en que no debemos tener miedo a Dios, Padre que nos ama y perdona siempre.

 

El Espíritu de temor de Dios nos invita a abandonarnos con confianza en las manos de Dios que nos quiere. A poner la voluntad de Dios por encima de nuestros planes personales. Cuando apoyamos en Dios todas nuestras preocupaciones y expectativas él nos envuelve y sostiene.

 

El temor de Dios es la preocupación por no tener a Dios en nuestras vidas y apartarnos de él, es la consciencia de que necesitamos su amparo y su gracia. Nos vuelve dóciles a su voluntad y hace brotar de nosotros el reconocimiento y la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza.

 

Para profundizar el significado del don del temor de Dios, podemos leer las siguientes citas bíblicas.

 

El principio de la sabiduría es respetar al Señor, tienen buen juicio los que lo realizan.

Salmo 111, 10

 

Enséñame a cumplir tu voluntad, pues tú eres mi Dios. Tu espíritu bueno me guíe por tierra llana.

Salmo 143,10

 

Cuantos se dejan llevar del Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y no habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos que nos permite clamar Abba, Padre. El Espíritu atestigua a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios, coherederos con el Mesías

Romanos 8,14-17

Peticiones basadas en los 7 dones del Espíritu Santo

Ofrecemos unas peticiones basada cada una en un don del Espíritu Santo:

 

  • Concédenos, Señor, entendimiento ; para concebir las cosas, compararlas y juzgarlas según tu voluntad.        Te lo pedimos, Señor.
  • Otorgamos sabiduría para ser prudentes en nuestros hechos y palabras.         Te lo pedimos, Señor.
  • Señor, que nuestro consejo, iluminado por tu Espíritu, ayuda a nuestros hermanos.     Te lo pedimos, Señor.
  • Danos, Espíritu, la fortaleza suficiente para vencer el temor y huir de la temeridad.      Te lo pedimos, Señor.
  • Que el Espíritu Santo nos conceda ciencia. como don gratuito y con ella llevar nuestras vidas rectamente.       Te lo pedimos, Señor.
  • Haznos, Señor, piadosos y misericordiosos con nosotros mismos y con nuestros hermanos.    Te lo pedimos, Señor.
  • Que seamos temerosos de Ti, y mostremos respeto a tu nombre y voluntad.    Te lo pendimos, Señor.

Los Sacramentos

Los Sacramentos de la Iglesia y el Sacrificio Eucarístico son el centro de la vida litúrgica cristiana, de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica.

1. Bautismo

El Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y la Confirmación forma la así llamada «Iniciación cristiana», la cual constituye como un único y gran acontecimiento sacramental que nos configura al Señor y hace de nosotros un signo vivo de su presencia y de su amor.

 

No es una formalidad. Es un acto que toca en profundidad nuestra existencia. Un niño bautizado o un niño no bautizado no es lo mismo. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos.

2. Confirmación

A través del óleo llamado «sagrado Crisma» somos conformados, con el poder del Espíritu, a Jesucristo, quien es el único auténtico «ungido», el «Mesías», el Santo de Dios. El término «Confirmación» nos recuerda luego que este sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; conduce a su realización nuestro vínculo con la Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz.

 

Naturalmente es importante ofrecer a los confirmados una buena preparación, que debe estar orientada a conducirlos hacia una adhesión personal a la fe en Cristo y a despertar en ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia.

 

3. Eucaristía

La Eucaristía se sitúa en el corazón de la «iniciación cristiana», juntamente con el Bautismo y la Confirmación, y constituye la fuente de la vida misma de la Iglesia. De este sacramento del amor, en efecto, brota todo auténtico camino de fe, de comunión y de testimonio.

 

La celebración eucarística es mucho más que un simple banquete: es precisamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación.

 

«Memorial» no significa sólo un recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos.

 

Es por ello que comúnmente, cuando nos acercamos a este sacramento, decimos «recibir la Comunión», «comulgar»: esto significa que en el poder del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma de modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ya ahora la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celestial, donde con todos los santos tendremos la alegría de contemplar a Dios cara a cara.

4. Penitencia y Reconciliación

El sacramento de la Reconciliación es un sacramento de curación. Cuando yo voy a confesarme es para sanarme, curar mi alma, sanar el corazón y algo que hice y no funciona bien. La imagen bíblica que mejor los expresa, en su vínculo profundo, es el episodio del perdón y de la curación del paralítico, donde el Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y los cuerpos.

 

El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de la Pascua el Señor se aparece a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y, tras dirigirles el saludo «Paz a vosotros», sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 21-23).

 

Este pasaje nos descubre la dinámica más profunda contenida en este sacramento. Ante todo, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos. Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo.

5. Unción de los enfermos

El sacramento de la Unción de los enfermos, que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. Antiguamente se le llamaba «Extrema unción», porque se entendía como un consuelo espiritual en la inminencia de la muerte. Hablar, en cambio, de «Unción de los enfermos» nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.

 

Es Jesús mismo quien llega para aliviar al enfermo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarle; también para perdonarle los pecados. Y esto es hermoso. No hay que pensar que esto es un tabú, porque es siempre hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos: el sacerdote y quienes están presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad cristiana que, como un único cuerpo nos reúne alrededor de quien sufre y de los familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza, y sosteniéndolos con la oración y el calor fraterno.

6. Orden sacerdotal

Constituido por los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el sacramento que habilita para el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, de apacentar su rebaño, con el poder de su Espíritu y según su corazón. Apacentar el rebaño de Jesús no con el poder de la fuerza humana o con el propio poder, sino con el poder del Espíritu y según su corazón, el corazón de Jesús que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo, el diácono debe apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hace con amor no sirve. Y en ese sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo en nombre de Dios y con amor.

 

Aquellos que son ordenados son puestos al frente de la comunidad. Están «al frente» sí, pero para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo demostró y enseñó a los discípulos con estas palabras: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos». Un obispo que no está al servicio de la comunidad no hace bien; un sacerdote, un presbítero que no está al servicio de su comunidad no hace bien, se equivoca.

7. Matrimonio

El sacramento del Matrimonio nos conduce al corazón del designio de Dios, que es un designio de alianza con su pueblo, con todos nosotros, un designio de comunión. Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como coronación del relato de la creación se dice: «Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó… Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gn 1, 27; 2, 24).

 

La imagen de Dios es la pareja matrimonial: el hombre y la mujer; no sólo el hombre, no sólo la mujer, sino los dos. Esta es la imagen de Dios: el amor, la alianza de Dios con nosotros está representada en esa alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es hermoso. Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva.

 

Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se «refleja» en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros.

VIRTUDES TEOLOGALES Y CARDINALES

Virtudes teologales

 

            Son tres: fe, esperanza y caridad. Fueron infundidas por Dios en nuestra alma el día de nuestro bautismo, pero como semilla, que había que hacer crecer con nuestro esfuerzo, oración, sacrificio.

 

 Fin de las virtudes teologales: Dios nos dio estas virtudes para que seamos capaces de entrar en diálogo con Él y actuar a lo divino, es decir, como hijos de Dios, y así contrarrestar los impulsos naturales inclinados al egoísmo, comodidad, placer. Con estas virtudes podemos ser santos. Es más, gracias a ellas podemos entrar en comunión con Dios que es la Santidad misma.

 

Características de las virtudes teologales

 

  1. Son dones de Dios, no conquista ni fruto del hombre.
  2. No obstante, requieren nuestra colaboración libre y consciente para que se perfeccionen y crezcan.
  3. No son virtudes teóricas, sino un modo de ser y de vivir.
  4. Van siempre juntas las tres virtudes.

VIRTUDES TEOLOGALES

1. Fe

la fe es una virtud, infundida por Dios en el bautismo; es un don, una luz divina por la cual somos capaces de reconocer a Dios, ver su mano en cuanto nos sucede y ver las cosas como Él las ve. Por tanto, la fe no es un conocimiento teórico, abstracto, de doctrinas que debemos aprender. La fe es la luz para poder entender las cosas de Dios y entrar en diálogo con Él.

 

La fe es creer en Dios y confiar en su revelación. Esto supone, por lo tanto, la apertura espiritual necesaria para poder reconocer la manifestación de Dios en la vida cotidiana y en la comunidad de creyentes, esto es, en la Iglesia.

 

El Catecismo de la Iglesia Católica define la fe como “la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado” (artículo 1814).

 

Como acto de confianza en la verdad revelada, la fe anima a actuar concretamente de acuerdo a los principios espirituales inspirados por Dios y motiva a profesarla abiertamente, esto es, dar testimonio de ella y difundirla.

 

Características:

 

  1. La fe es un encuentro con Dios, con su designio de salvación. Y con la fe el hombre responde libremente a ese encuentro con Dios entregándose a Él, con la inteligencia y la voluntad.
  2. La fe es sencilla, no está hecha de elucubraciones y discursos, sino de verdadera adhesión a Dios, como María, como Abraham y tantos otros santos.
  3. La fe es vital, es decir, debe cambiar nuestra vida, demostrarse en nuestra vida. Por eso, hay que vivir de fe.
  4. La fe es experiencial, es decir, es un conocimiento de Dios en la intimidad. Los que tienen fe gozan de Dios. No es un sentimiento, sino un conocimiento del espíritu que Dios nos concede para intimar con Él. Este conocimiento experimental de Dios tiene sus momentos privilegiados para manifestarse a las almas: en el sacrificio, el dolor, en los momentos de prueba, cuando se requiere de humildad y de un mayor desprendimiento de sí mismos.
  5. La fe es objetiva, es decir, no se queda a nivel subjetivo, intimista, sino que creemos en un Dios que se ha revelado a través de la Palabra que hemos recibido de la Iglesia; Palabra que es preciso conocer, aprender y hacerla vida. Los dogmas de la Iglesia son luces en el camino de nuestra fe; lo iluminan y lo hacen seguro.
  6. La fe termina en compromiso. Compromete nuestra vida con Dios en la fidelidad a su Ley y en la donación total a Él. Compromiso de defenderla con nuestra palabra y testimonio, alimentarla con la continua lectura y meditación de la Biblia y difundirla a nuestro alrededor en el apostolado.

2. Esperanza

La fe infunde la esperanza. La esperanza es la espera confiante en el cumplimiento de un determinado horizonte que, en el caso de la teología cristiana, se refiere al cumplimiento de las promesas de Jesús: el reino de los cielos y la vida eterna, en función de lo cual el cristiano se conduce espiritualmente.

 

El Catecismo de la Iglesia Católica sostiene que la esperanza “corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre” (artículo 1818).

 

La esperanza, animada por la fe, permite al ser humano comprometerse con los cambios necesarios para construir el reinado de Dios, así como encontrar sentido al trabajo, fuerzas para enfrentar las dificultades y paciencia para esperar.

 

  ¿Cómo debe reaccionar un cristiano ante el mal, los problemas, las dificultades de la vida? Hay quienes caen en el desaliento y piensan que no hay nada que hacer, que todo es inútil. Hay otros que dicen que nuestra esperanza es ingenuidad e idealismo. Hay quien nos dice que la esperanza es algo egoísta.

 

            ¿Por qué no es propio de un cristiano el desaliento y la desesperación? ¿En verdad Dios actúa en nuestras vidas? ¿Cuál debe ser la mayor aspiración de un cristiano?

 

Definición: Es la virtud teologal, infundida por Dios en el bautismo, por la cual deseamos a Dios como Bien Supremo y confiamos firmemente alcanzar la felicidad eterna y los medios para ello. Gracias a esta virtud de la esperanza confiamos en Dios, a pesar de todas las dificultades.

 

Fundamento

            La esperanza nos hacer vivir confiados porque creemos en Cristo que es Dios omnipotente y bondadoso y no puede fallar a sus promesas. Así dice el Eclesiástico: “Sabed que nadie esperó en el Señor que fuera confundido. ¿Quién, que permaneciera fiel a sus mandamientos, habrá sido abandonado por Él, o quién, que le hubiere invocado, habrá sido por Él despreciado? Porque el Señor tiene piedad y misericordia” (2, 11-12).

 

Efectos

 

  1. Pone en nuestro corazón el deseo del cielo y de la posesión de Dios, desasiéndonos de los bienes terrenales.
  2. Hace eficaces nuestras peticiones.
  3. Nos da el ánimo y la constancia en la lucha, asegurándonos el triunfo.
  4. Nos proyecta al apostolado, pues queremos que sean muchos los que lleguen a la posesión de Dios.

 

Obstáculos

 

  1. Presunción: esperar de Dios el cielo y las gracias necesarias para llegar a él, sin poner por nuestra parte los medios necesarios.
  2. Desaliento y desesperación: harto tentados y a veces vencidos en la lucha, hombres y mujeres se desaniman y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su salvación.

 

La Eucaristía, prenda del mundo venidero

 

            La esperanza de la venida del Reino se realiza ya de manera misteriosa y verdadera en la comunión eucarística. La comunión es el comenzar a gustar esa promesa del cielo y alimentar el deseo de la posesión eterna. Es una anticipación de la vida eterna aquí en la tierra. Y es la seguridad y la certeza de nuestra esperanza.

3. Caridad

La caridad (el amor) es el centro del corazón cristiano. En ella se expresa plenamente la fe y la esperanza y, por ende, ordena y articula todas las virtudes.

 

La caridad (amor) se define como la virtud que permite a las personas amar a Dios por sobre todas las cosas y, en nombre de este vínculo, amar al prójimo como a sí mismo. Sus frutos son el gozo, la paz y la misericordia.

 

La fe y la esperanza no tienen ningún sentido si no desembocan en el amor sobrenatural o caridad cristiana. Por la fe tenemos el conocimiento de Dios, por la esperanza confiamos en el cumplimiento de las promesas de Cristo y por la caridad obramos de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio y llegamos a la unión íntima con Dios Amor.

 

Definición: Es la virtud infundida por Dios en el bautismo por la que podemos amar a Dios y a nuestros hermanos por Dios. Por la caridad y en la caridad, Dios nos hace partícipes de su propio ser que es Amor.

 

            La experiencia del amor de Dios la han vivido muchos hombres y mujeres. San Pablo dice: “Me amó y se entregó por mí”. Y quienes han experimentado este amor han quedado satisfechos y han dejado todas las seguridades de la vida para corresponder a este amor de Dios.

 

Esto corresponde al mandamiento fundamental que Jesús comunica a sus apóstoles: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros” (Juan 13, 34).

 

Para el apóstol San Pablo, la caridad es la más importante de las virtudes teológicas, tal como se deja ver en el siguiente versículo: "Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada" (1 Corintios 13, 3).

VIRTUDES CARDINALES

Se llaman cardinales porque son el gozne o quicio (cardo, en latín, significa gozne) sobre el cual gira toda la vida moral del hombre; es decir, sostienen la vida moral del hombre. No se trata de habilidades o buenas costumbres en un determinado aspecto, sino que requieren de muchas otras virtudes humanas. Estas virtudes hacen al hombre cabal. Y sobre estas virtudes Dios hará el santo, es decir, infundirá sus virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo.

 

            Al igual que en las virtudes teologales, también Dios puso como semilla en nuestra alma estas virtudes cardinales y dejó al hombre el trabajo de desarrollarlas a base de hábitos y voluntad, siempre, lógicamente, movido por la gracia de Dios.

 

          Estas cuatro virtudes son como remedio a las cuatro heridas producidas en la naturaleza humana por el pecado original: contra la ignorancia del entendimiento sale al paso  la prudencia; contra la malicia de la voluntad, la justicia; contra la debilidad del apetito irascible, la fortaleza; contra el desorden de la concupiscencia, la templanza.

1. Prudencia

Definición: Virtud infundida por Dios en el entendimiento para que sepamos escoger los medios más pertinentes y necesarios, aquí y ahora,  en orden al fin último de nuestra vida, que es Dios. Virtud que juzga lo que en cada caso particular conviene hacer de cara a nuestro último fin. La prudencia se guía por la razón iluminada por la fe. La prudencia es necesaria para nuestro obrar personal de santificación y para nuestro obrar social y apostólico. Esta virtud la necesitan sobre todo los que tienen cargos de dirección de almas: sacerdotes, maestros, papás, catequistas, etc.

Abarca tres elementos: pensar con madurez, decidir con sabiduría y ejecutar bien.

Medios: Los medios que tenemos para perfeccionar esta virtud son: preguntarnos siempre si lo que vamos a hacer y escoger nos lleva al fin último; purificar nuestras intenciones más íntimas para no confundir prudencia con dolo, fraude, engaño; hábito de reflexión continua; docilidad al Espíritu Santo; consultar a un buen director espiritual o confesor. El don de consejo perfecciona la virtud de la prudencia

2. Justicia

Definición: Virtud infundida por Dios en la voluntad para que demos a los demás lo que les pertenece y les es debido. La justicia es necesaria para poner orden, paz, bienestar, veracidad en todo.

 

¿Qué abarca? Abarca nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con la sociedad.

 

Medios: Los medios para perfeccionar la justicia son: respetar el derecho de propiedad en lo que concierne a los bienes temporales y respetar la fama y la honra del prójimo. 

 

La virtud de la justicia regula y orienta otras virtudes:

 

  1. La virtud de la religión inclina nuestra voluntad a dar a Dios el culto que le es debido;
  2. La virtud de la obediencia que nos inclina a someter nuestra voluntad a la de los superiores legítimos en cuanto representantes de Dios. Estos superiores son: los papás respecto a sus hijos; los gobernantes respecto a sus súbditos; los patronos respecto a sus obreros; el Papa, los obispos y los sacerdotes respecto a sus fieles; los superiores de una Congregación religiosa respecto a sus súbditos religiosos.

4. Fortaleza

Definición: Es la virtud, infundida por Dios,  que da fuerza al alma para correr tras el bien difícil, sin detenerse por miedo, ni siquiera por el temor de la muerte. También modera la audacia para que no desemboque en temeridad.

 

Tiene dos elementos: atacar y resistir. Atacar para conquistar metas altas en la vida, venciendo los obstáculos. Resistir el desaliento, la desesperanza y los halagos del enemigo, soportando la muerte y el martirio, si fuera necesario, antes que abandonar el bien. 

 

El secreto de nuestra fortaleza se halla en la desconfianza de nosotros mismos y en la confianza absoluta en Dios. Los medios para crecer en la fortaleza son: profundo convencimiento de las grandes verdades eternas: cuál es mi origen, mi fin, mi felicidad en la vida, qué me impide llegar a Dios; el espíritu de sacrificio.

 

Virtudes compañeras de la fortaleza:

 magnanimidad (emprender cosas grandes en la virtud), 

magnificencia (emprender cosas grandes en obras materiales), 

paciencia (soportar dificultades y enfermedades), 

longanimidad (ánimo para tender al bien distante), 

perseverancia (persistir en el ejercicio del bien) y 

constancia (igual que la perseverancia, de la que se distingue por el grado de dificultad).

5. Templanza

Definición: Virtud que modera la inclinación a los placeres sensibles de la comida, bebida, tacto, conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe.

 

Medios: para lo referente al placer desordenado del gusto, la templanza me dicta la abstinencia y la sobriedad; y para lo referente al placer desordenado del tacto: la castidad y la continencia.

 

Virtudes compañeras de la templanzahumildad, que modera mi apetito de excelencia y me pone en mi lugar justo; mansedumbre, que modera mi apetito de ira, y la castidad, que modera rectamente el uso de la sexualidad.

PECADOS CAPITALES Y VIRTUDES PARA VENCERLAS

Pecados Capitales Virtudes
1. Contra la SOBERBIA Humildad
2. Contra la AVARICIA Generosidad
3. Contra la LUJURIA Pureza
4. Contra la IRA Paciencia
5. Contra la GULA Templanza
6. Contra la ENVIDIA Caridad
7. Contra la PEREZA Diligencia