Obras de Misericordia Espirituales y Corporales

Introducción e importancia

Las Obras de Misericordia poseen una gran relevancia e importancia como actos de caridad hacia el prójimo en la religión Católica, porque tienen su fuente misma en las Sagradas Escrituras, y por la advertencia de Jesús de que el Juicio Final recaerá sobre las Obras de Misericordia y de bondad que hayamos practicado (o no) con el prójimo al que nos hayamos encontrado. Él considerará a estas obras como hechas (o negadas) a él mismo (Mt. 25,31-46)

Fe y Obras

La Fe, como enseñan las Sagradas Escrituras, es un don compuesto por dos dimensiones distintas, ambas requeridas y complementarias una de la otra. Estas son la creencia en las palabras de Jesucristo, Nuestro Señor, que dirige al ser hacia una certeza de lo esperado; y la otra son las obras que vivifican esa creencia, la exteriorizan y la demuestran. (Cf. Stg 2:14-20; ver también 1Jn 3:17-18;Mt. 21:28-31a; Catecismo – 546).

 

Esta doctrina muy bien expuesta por el apóstol Santiago, está en perfecta sintonía con el Evangelio, en donde Cristo enseña que “no todo el que dice “Señor, Señor!” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos” (Mt. 7:21; Lc. 6:46; Tit. 1:16; Rom. 2:13). Por consiguiente, la fe en Dios no aprovechará si no va acompañada con la observancia de los mandamientos y la practica de Obras de Misericordia o caridad para con el prójimo. En cuyo caso su fe no valdría nada ante Dios, sería una fe muerta. Sería como el árbol seco, que no dió frutos.

 

Las Obras de Misericordia están entonces entre las formas más elevadas de amor al prójimo. Por su alto valor contribuyen en gran medida al bienestar y grandeza de una nación, por lo que deberían ser fomentadas en el sistema educativo y en el comportamiento social a través de los medios de comunicación.

Cómo deben realizarse

En la crítica de Jesús a los fariseos, escribas y saduceos respecto de su modo de practicar su justicia, podemos advertir algunas cuestiones básicas acerca de cómo realizar estas obras de caridad para que sean agradables a Dios:

 

Deben ser desinteresadas (Lc. 6,35; Lc. 14,13-14), 

sin ostentación (Mt. 6,1-4; Jn. 12:43),

adecuadas a las peticiones y a la necesidad del prójimo (Lc. 6,30; Mt. 5,42; Lc. 10,29-37),

se identifican con Jesús (Mt. 25:37-40.44.45), 

reconocen su causa y fuente en Dios revelando su amor (1Jn. 4:7.11; Stg. 1:17) que “ama a quien da con alegría” (2Cor. 9,7-8).

 

Al realizarlas uno debería anticiparse a las necesidades básicas graves (pan, agua, techo, sin que haga falta que se lo pidan, a esto se refiere el Papa Francisco con el término ‘primerear’) y conducir a Dios, sin gloriarse uno mismo por el acto. Hay muchas organizaciones que dan a los pobres pero en el marco de un ateísmo que excluye la religión, es por lo tanto entristecedor ver a las agrupaciones religiosas hacer lo mismo sin conducir hacia la religión.

 

No debe ser hecha con superficialidad e hipocresía. Así llegó a ocurrir en el contexto religioso judío en tiempos de la encarnación de Cristo. Jesús les invita a purificar toda práctica religiosa a partir del espíritu evangélico como criterio de discernimiento, como hizo antes con respecto a la Ley. Y establece un principio general: las obras de piedad no deben realizarse para ganar prestigio ante los demás, posición de poder o privilegios.

 

Cuando se cumplen con desgano o por aparentar, resultan deshonrosas y humillantes; ante todo debe primar el recto sentido de la misericordia y el criterio de la justicia. Jesús llama comediantes, hipócritas, charlatanes, a los que exhibían sus rezos y sus ofrendas al son de trompetas en las esquinas y en las plazas o desfiguraban «la cara para hacer ver a la gente que ayunan». Jesús establece un contraste entre hacer estos actos piadosos para ser vistos por los demás y hacerlos en lo secreto para que sólo Dios los vea (Mt. 6:1-4).

Los actos solidarios y sus riesgos implícitos

Hay quienes se excusan de realizar actos solidarios porque el realizarlos podría traerles consecuencias o riesgos, es la llamada “Excesiva prudencia humana“. Acercarse a quien padece la indigencia para dar un alimento, invitar al propio hogar y dar hospedaje a un desconocido, ir a un hospital a visitar enfermos, etc. son acciones que conllevan algo de riesgo.

 

Al respecto, solo podemos decir que en general todas las obras solidarias conllevan cierto riesgo (y no podemos llamarnos cristianos sin realizarlas), por este motivo, es necesario armarse de un mínimo de valentía que nos impida caer en el temor culpable que limita nuestra entrega generosa. De modo contrario estaremos siendo obstáculos a la providencia divina, que nos colocó frente a la necesidad para que la resolvamos y no para que nos escondamos.

 

Si es apropiado, sin embargo, obrar con cierta prudencia natural, por ejemplo evitar concurrir a un hospital si no nos sentimos bien de salud, higienizarnos correctamente; si se siente temor hacia un desconocido, aproximarse acompañado de otra persona, dar aviso a nuestro ángel anticipadamente y aguardar un instante para confirmar que no se nos alerte de evitar la acción, etc.

 

Guardar cierta desconfianza respecto a quien no se conoce no es malo (de hecho las Sagradas Escrituras lo aconsejan en numerosas oportunidades ya que el hombre debe poner su confianza en Dios y no en los hombres), solo es importante que no se vuelva un temor insalvable que nos impida obrar en el bien.

“El miedo a los hombres es una trampa, pero el que confía en el Señor estará protegido.” (Prov. 29:25)

Obras de Misericordia Espirituales:

1. Enseñar al que no sabe

La acción consiste en instruir a quien ignora o carece de conocimientos sobre cuestiones propias de alguna materia.

 

“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Jn. 8:32)

 

La enseñanza puede recaer sobre cualquier materia, aunque cobra especial relevancia aquella que trata sobre los asuntos religiosos y que llamamos catequesis. El hecho de enseñar produce también como efecto secundario el perfeccionamiento del educador, que naturalmente internaliza los conocimientos para responder mejor a las preguntas y objeciones de su auditorio.

 

La enseñanza catequética toma como base las verdades expresadas en la oración del Credo, los Diez Mandamientos y el Padrenuestro, describiendo los caminos que conducen al Reino de los Cielos. (Cf. CIC 2033; CIC 2065; CIC 1724; CIC 1697; CIC 983)

 

“Enseñadles a cumplir todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mt 28:20)


“Y les dijo: “Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia.” (Mc 16:15)

 

Como dice el libro de Daniel, “los que enseñan la justicia a la multitud, brillarán como las estrellas a perpetua eternidad” (Dn. 12:3b).

 

Enseñar a los niños


El lugar de enseñanza por excelencia es el propio hogar, donde los hijos crecen viendo los ejemplos de sus padres y escuchando sus opiniones y consejos. En este sentido es bueno introducir a los niños en la religión verdadera para que cuenten con las herramientas necesarias para comprender el mundo actual y no ceder a ‘la corriente del mundo’.

 

Los deberes de los padres para con sus hijos e hijas son graves. Las Sagradas Escrituras recomiendan instruirlos en los días de su juventud, no escatimando la corrección. Es entonces el momento más oportuno para ir arraigando las virtudes y reprimir los defectos que van apareciendo.

 

Referencias: Mt 28:20; Mc 16:15; Dn. 12:3b; Jn. 8:32; 2Ti 2:24-25; CIC 983; CIC 2033; CIC 2065; CIC 1724; CIC 1697.

2. Dar buen consejo al que lo necesita

La acción consiste en dar una opinión justificada a quien se encuentra carente de orientación o no sabe como actuar en determinado asunto.

 

El consejo presupone un conocimiento sapiencial en quien lo da. Dicho de otro modo es conveniente evitar dar malos consejos con los que, al seguirlos se podrían cometer errores díficiles de reparar. Naturalmente, quien posee un comportamiento virtuoso da indicios de ser alguien confiable para emitir consejo.

 

Uno de los 7 dones del espíritu Santo es el don de Consejo. Por ello, quien pretenda dar un buen consejo debe, primeramente, estar en sintonía con Dios, ya que no se trata de dar opiniones vanas, sino de aconsejar bien al necesitado de guía.

 

Desconfiar de sí mismo y confiarse al consejo de una persona sabia y prudente es una norma repetida en los libros sapienciales (Prov 12:15; Prov 3:10-16; Prov 27:9; Eci 32:24). “No es del hombre el consejo,” sino de Dios de quien procede en último término (Cf. Prov 3:5; Eci 39:10).

 

La máxima expresión del consejo la encontraremos en las Sagradas Escrituras, donde hallaremos las respuestas necesarias para saber como obrar en cada asunto de nuestras vidas.

 

“Sigue el consejo de los prudentes y no desprecies ningún buen consejo. En todo tiempo bendice al Señor Dios, y pídele que tus caminos sean rectos y todas tus sendas y consejos vayan bien encaminados; porque no es del hombre el consejo; sólo el Señor es quien da todos los bienes, y a quien quiere le humilla según su voluntad.” (Tob. 4:18-19)

 

Referencias: Tob. 4:18-19; Prov 12:15; Prov 3:5; Prov 3:10-16; Prov 27:9; Eco 32:24; Eco 39:10; Sal. 1:1; Sal. 73:24.

3. Corregir al que se equivoca

La acción consiste en advertir, amonestar o reprender a alguien cuando comete pecado.

 

La corrección fraterna


Es un acto de amor si es humilde y va acompañada del propio examen de conciencia para evitar el orgullo (cfr. Stg. 5:19s). La humildad es la gran ayuda para realizarla en espíritu de fraternidad (cfr. Flp 2:3).

 

Es bueno realizar la crítica de un modo constructivo, ya que muchas veces nosotros mismos cometemos los errores con los que acusamos a otros (y en algunos casos hasta acusamos de faltas inexistentes). A nadie le gusta ser amonestado y menos en público. Por tal motivo las palabras de Jesús encierran el modo en el que debe hacerse la corrección:

 

“Si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano.

 

“Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos.
“Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el pagano. (Mt. 18:15-17)

 

Hay que preocuparse de los hermanos que se desvían de la verdad para que retornen al proyecto de Dios. Quien lo haga obtendrá la vida y el perdón de sus pecados:

 

“Hermanos míos, si alguien de entre ustedes se extravía de la verdad y alguien le hace volver, sepa que el que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados.” (Stg 5:19-20)

 

“Hermanos, aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” (Gál 6:1)

 

Referencias: Mt. 18:15-17; Stg 5:19-20; Gál 6:1; Heb. 12:5-11; Prov. 13:24; Prov. 3:11-12; Ap 3:19; 2Sa 7:14; Dt. 8:5; Jer. 10:24; Lc 17:3-4; 2Ti 2:23-25; 1Tes 5:14; Lv. 19:17; Flp 2:3-4; Heb. 10:24; Ez. 18:23

4. Perdonar al que nos ofende

La acción consiste en remitir la ofensa, falta, delito o deuda.

 

En las relaciones humanas siempre nos encontraremos con alguien que nos ofende, humilla, hiere, daña de algún modo o causa maltrato, siendo la causa de ira, odio y con el transcurso del tiempo rencor. Y muchas veces nos parece acertado mantener el rencor hacia alguien, no dándonos cuenta que Dios no puede habitar en donde hay odio y falta paz.

 

En el Padrenuestro oramos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” y el mismo Señor aclara: “si perdonáis las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial os perdonará. En cambio, si no perdonáis las ofensas de los hombres, tampoco el Padre os perdonará a vosotros” (Mt. 6, 14-15).

 

” ¡Tened cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo.Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo.” (Lc 17:3-4)

 

“Ya que si tan sólo amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Amad a los que os odian y presentad la otra mejilla a quien os abofetea”. Lc. 6:32-37

 

“Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.
Nunca paguéis a nadie mal por mal. Respetad lo bueno delante de todos los hombres.” (Rom 12:14.17)

 

¿Ofensas o deudas económicas?


La obra de misericordia es compatible con la remisión de las deudas económicas o financieras de las que seamos acreedores, y asi lo demuestran las palabras de Jesús en la parábola (Mt 18:21-35). Del mismo modo la oración del Padrenuestro puede contener las palabras “Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores” entendiendo ambos términos ofensas y deudas en sentido amplio y como sinónimos.

 

“Si el mundo os odia, sabed que a mí me odió primero.” (Jn 15:18)

 

Referencias: Mt. 6, 14-15; Lc 17:3-4; Lc. 6:32-37; Rom 12:14.17; Jn 15:18; Sal. 32:5; Sal. 65:4; Sal. 78:38; Sal. 85:3; Sal. 103:3.

5. Consolar al triste.

La acción consiste en dar alivio a las penas o aflicciones de alguien.

 

“Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios.” (Is 40:1)

 

Las penas a veces son manifiestas, y otras veces corren de forma interna, sin ser exteriorizadas completamente. Todos encontramos dificultades en nuestra vida y nos desanimamos cuando no conseguimos aquello que deseamos. Muchas veces el hombre siente frustración al sentir que Dios le niega algo “injustamente”, pero el Señor ve mas lejos de lo que ven nuestros ojos y sin duda a fin de cuentas, algo que no entendemos o que nos duele era en realidad conveniente por una razón que sólo comprenderemos más adelante.

 

“Llámame cuando estés angustiado; yo te libraré, y tú me honrarás.” (Sal. 50:15)

 

Es necesario muchas veces saber leer en el rostro de las personas los padecimientos y ser considerados para donar un poco de nuestro tiempo y acompañar al afligido, elevarle el espíritu caído e invitar luego a continuar la marcha, haciéndole saber que no hay gloria sin Cruz, que en nuestro camino es inevitable tener que cargar por momentos con esas pequeñas cruces, pero que siempre tenemos el consuelo que necesitamos si lo pedimos al Señor y a su Madre, que fue constituída por su divino Hijo como un consuelo potentísimo para el cristiano, y que nos fue entregada por Él, precisamente, al pie de la Cruz.

 

Jesús siempre se compadeció del que sufría y él mismo nos enseñó el camino a seguir ante la cercanía de sus propios padecimientos: “Padre, si quieres, aleja de Mi este cáliz. Pero que no se haga Mi voluntad sino la Tuya” (Lc. 22:42; Mt. 26:39-42; Mc. 14:36; Jn. 18:11).

 

El libro de Job contiene un muy buen ejemplo de como para un hombre de religión que no está dispuesto a poner en duda su fe, los padecimientos suscitan serias dificultades. En medio de ellas es útil darles un sentido de purificación y penitencia, que en ocasiones es incluso previamente necesaria para poder gozar de alguna gracia especial que el Cielo nos esté queriendo regalar.

 

“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

 

Referencias: Is. 40:1; Sal. 50:15; Rom. 12:15-16; Eco 7:34; Sal. 18:6; Stg. 5:13; 1Ts. 5:14; 1Co 12:25-27; 2 Cor 1:4; Is. 51:12; Jn. 16:33; Is. 35:3.

6. Soportar pacientemente los defectos del prójimo

La acción o actitud consiste en soportar o tolerar las imperfecciones del prójimo con fortaleza, sin perder el equilibrio espiritual.

 

El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del “hombre viejo” y a revestirse del “hombre nuevo” (cf. Ef. 4:24). (CIC 1473)

 

“Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo.Porque si alguien se cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo.” (Gál 6:2-3)

 

El cristiano en su camino a convertirse en el ‘hombre nuevo’ es sometido a numerosas pruebas (Cf. Hch. 20:19), entre ellas está el soportar los defectos del prójimo sin perder los estribos, manteniendo un equilibrio espiritual y nuestra integridad para no pecar contra la caridad. Cuando se vive en convivencia con otros hermanos es de especial importancia contenerse frente a aquellas cosas que nos resultan irritantes y que de un modo u otro todos tenemos, porque como ha dicho el Papa Francisco, todos damos motivos para el fastidio, por tanto debemos esforzarnos en soportarnos los unos a los otros, ya que donde hay división, no hay unidad, y el demonio sale triunfando.

 

Es bueno tomar conciencia que ante Dios no somos nada, abandonar entonces todo orgullo que lleva intrínsecamente una idolatría, que es la del propio yo, y evitar tener esas reacciones intempestivas mediante las cuales se pronuncian palabras hirientes, a menudo matando o hiriendo con la espada de nuestra palabra.

 

“Porque esto halla gracia, si por causa de la conciencia ante Dios, alguno sobrelleva molestias sufriendo injustamente.
Pues ¿qué mérito hay, si cuando pecáis y sois tratados con severidad lo soportáis con paciencia? Pero si cuando hacéis lo bueno sufrís por ello y lo soportáis con paciencia, esto halla gracia con Dios.
Porque para este propósito habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas,
el cual no cometio pecado, ni engaño alguno se halló en su boca;
y quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia” (1Pe 2:19-23)

 

Referencias: Gál 6:2-3; 1Pe 2:19-23; Hch. 20:19; CIC 1473.

7. Orar por los vivos y los difuntos

La acción consiste en orar a Dios pidiendo por los vivos y por los difuntos

 

“Se generoso con todos los vivos y a los muertos no les niegues tu piedad” (Eco. 7:33)

 

La Oración


La oración es la elevación de nuestra alma a Dios pidiéndole bienes convenientes. La humildad es la base de la oración (Cf CIC 2559).

 

“Es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo” (CIC 2565). Inseparable de la vida cristiana (CIC 2745), nos permite discernir cuál es la voluntad de Dios y obtener constancia para cumplirla (CIC 2826). Es un don de la gracia, supone un esfuerzo, es un combate espiritual contra nosotros mismos (CIC 2725). Ayuda a mantener vivo ese ‘recuerdo de Dios’ que impide olvidarnos de Él (CIC 2697).

 

La oración cristiana fundamental es el Padre Nuestro (CIC 2773), en la que el perdón es la cumbre de la oración cristiana, que perdona hasta los enemigos (CIC 2844).

 

Velar en la oración ayuda a evitar caer en la tentación (CIC 2612), por el contrario, la acedia (una forma de depresión) y la falta de fe atentan contra la oración (CIC 2755).

 

Es Dios quien tiene la iniciativa de llamar incansablemente al hombre al encuentro misterioso de la oración, el caminar del hombre es siempre una respuesta a esa iniciativa, en la que Dios se va revelando en un llamamiento recíproco (Cf. CIC 2567, CIC 2591)

 

Cómo orar


Se ora con el corazón y en paz. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana (cf. CIC 2562). Se puede orar mentalmente o verbalmente con las palabras que nos salen, pero Jesús aconseja orar en lo secreto y sin recurrir a largos palabreríos (cf. CIC 2608).

 

Antes de presentar nuestra oración como ofrenda es aconsejable estar reconciliados con el hermano, siguiendo el ejemplo de Jesús acerca del amor a los enemigos y la oración por nuestros perseguidores, porque si sólo se ama a quienes nos aman ¿qué mérito hay?, también los pecadores hacen lo mismo (Cf. Lc. 6:32; Mt. 5:44). (cf. CIC 2608)

 

Jesús dijo que “todo lo que pidan en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si Me piden algo en Mi nombre, Yo lo haré.” (Jn 14:13). Por ello la Iglesia termina sus oraciones justificándolas con la fórmula “Por Nuestro Señor Jesucristo” (Cf CIC 435, CIC 2614)

 

En la oración, Jesús se adhiere al ‘misterio de la voluntad’ del Padre “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Cf 2603), debemos reconocer que Dios puede tener planes distintos en relación a lo que nosotros le pedimos. La oración de fe no consiste solamente en decir “Señor, Señor”, sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7:21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (CIC 2611).

 

S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:


La primera, “el amigo importuno” (cf Lc 11:5-13), invita a una oración insistente: “Llamad y se os abrirá”. Al que ora así, el Padre del cielo “le dará todo lo que necesite”, y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.


La segunda, “la viuda importuna” (cf Lc 18:1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. “Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?”


La tercera parábola, “el fariseo y el publicano” (cf Lc 18:9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. “Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador”. (CIC 2613)

 

La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “ten compasión de mí que soy pecador”: Lc 18:13). Es el comienzo de una oración justa y pura. Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón. (CIC 2631)

 

En el pasaje de la resurrección de Lázaro (cf Jn 11:41-42). La acción de gracias precede al acontecimiento: “Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado”, lo que implica que el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a continuación: “Yo sabía bien que tú siempre me escuchas”, lo que implica que Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que la petición sea otorgada, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don otorgado, es el “tesoro”, y en El está el corazón de su Hijo; el don se otorga como “por añadidura” (cf Mt 6:21.33). (CIC 2604)

 

Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: “todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido” (Mc 11:24). Tal es la fuerza de la oración, “todo es posible para quien cree” (Mc 9:23), con una fe “que no duda” (Mt 21:22). (CIC 2610)

 

Los Salmos enseñan a orar


Los Salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas en Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración es indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que oran y a todos los hombres; asciende desde la Tierra santa y desde las comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los Salmos, usados por Cristo en su oración y que en él encuentran su cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia (CIC 2586)

 

El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. En los demás libros del Antiguo Testamento “las palabras proclaman las obras” (de Dios por los hombres) “y explican su misterio” (DV 2). En el salterio, las palabras del salmista expresan, cantándolas para Dios, sus obras de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de enseñarnos a orar. (CIC 2587)

 

Las Bendiciones


Toda bendición es una oración de alabanza para obtener dones de Dios. Las bendiciones son sacramentales. (CIC 1671)

 

Orar por los difuntos


Es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados (2Ma 12:45). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor. (CIC 958)

 

Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:


“Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf. Job 1:5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos” (San Juan Crisóstomo, hom. in 1Co 41:5). (Cf. CIC 1032)

 

La oración del Rosario


La oración del Rosario ocupa un lugar de privilegio en la oración de los cristianos, desarrollada por la piedad medieval (CIC 2678), con ella nos adherimos con María al designio del Padre y como el discipulo amado acogemos a la madre de Jesús hecha madre de toda la humanidad (CIC 2679).

 

Referencias: Mc 11:24; Mc. 14:38; 1Ts. 5:17; 1Ti 2:8; Mt. 6:5-11; Mt. 26:41; Lc. 5:16; Lc 11:5-13; Lc 18:1-8; Lc 18:9-14; Lc. 21:36; Lc. 22:40-46; Stg. 5:16; Eco. 7:33. Respecto a los difuntos ver 2Ma 12:45; Job 1:5.

Obras de Misericordia Corporales:

1. Dar de comer al hambriento

La acción consiste en proveer gratuitamente alimentos a quien padece hambre.

 

Danos hoy nuestro pan de cada día“, decimos al rezar el Padrenuestro, ¿podríamos ser justos si pedimos a Dios lo que nosotros no hacemos con nuestro prójimo? Cuando nos encontramos con alguien en esta situación debemos evitar ser desconsiderados, no sabemos cuanto tiempo lleva alguien pidiendo o pasando hambre sin que nadie le de nada.

 

Es bueno preocuparse por el hambriento como si se tratara de un pariente nuestro, con un amor que le permita percibir el amor de Dios que lo cuida como Padre.

 

“Entonces el Rey dirá a los de Su derecha: ‘Vengan, benditos de Mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo. ‘Porque tuve hambre, y ustedes Me dieron de comer; tuve sed, y Me dieron de beber; fui extranjero, y Me recibieron” (Mt 25:34,35)

 

Referencias: Mt 25:34,35; Lc 16:19-31;[Mt. 14:20-21; Mt. 15:37-38; Mc. 6:42-44; Mc. 8:8; Lk. 9:17] Is. 58:7; Tob. 4:16; Ez. 18:5-7; Sal. 104:27, CIC 2288, CIC 2830, CIC 2831, CIC 2833, CIC 2463, CIC 1908

2. Dar de beber al sediento

La acción consiste en proveer bebida gratuitamente a quien padece sed.

 

“El espíritu generoso prosperará, el que da de beber, también será saciado.” (Prov. 11:25)

 

La vida tal como la conocemos es imposible sin agua. Una persona necesita promedio 1,5 litros de agua líquida para vivir en condiciones basales de funcionamiento, temperatura y otras variables ambientales en un clima templado y con escasos movimientos y ejercicio.

 

El cuerpo humano tiene una mayor tolerancia a permanecer sin alimentos solidos que líquidos, por este motivo, para quien se encuentra con sed puede ser una necesidad imperiosa consumir pronto una bebida para mantener la salud del cuerpo. Esta necesidad se vuelve aun mas grave los dias calurosos o cuando se ha estado caminando mucho y el cuerpo está cansado.

 

«Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa.» (Mt 10:42)

 

Referencias: Mt 25:34,35; Mt 10:42; Job 22:5-7; Eco. 3:30; Prov. 11:25

3. Vestir al desnudo

La acción consiste en proveer prendas de vestir para el cuerpo.

 

La vestimenta es una de las necesidades primarias del ser humano y como tal tiene su valoración en las Obras de Misericordia.

 

La importancia de poseer ciertas prendas de ropa puede significar la diferencia entre la vida y la muerte cuando las condiciones climáticas son severas.

 

En el mundo actual a su vez, vemos a menudo como el trato hacia una persona varía según la calidad de la ropa que lleva puesta, y como de esto suelen ocurrir discriminaciones de todo tipo. Para alguien que se presenta a una entrevista laboral puede ser muy útil contar con ropa acorde a la ocasión y permitirle sentir además una mayor auto-confianza.

 

“Da de tu pan al hambriento y de tus vestidos al desnudo. Haz limosna de todo cuanto te sobra; y no recuerdes las rencillas cuando hagas limosna.” (Tob 4:16 )

 

Referencias: Mt 25:34-36; Lc 3:11; Tob 1:17; Tob 4:16; Isa 58:7; Ez. 18:5-7; Job 31:19-20

4. Dar posada al peregrino

La acción consiste en recibir en la propia casa huéspedes y darles alojamiento temporario.

 

El beneficiario puede ser tanto un peregrino que por devoción o voto recorre tierras extrañas para visitar un santuario, o alguien que pasa por la casa sin haber encontrado alojamiento, o bien alguien que por su condición de pobreza no tiene techo donde dormir.

 

A la acción de dar posada puede añadírsele también la de dar alimento y bebida, enriqueciendo aun más la Obra de Misericordia.

 

Al realizar esta Obra, es bueno evitar incomodar al huésped y hacerle sentir que no es una molestia, tener una actitud servicial para con él y una actitud interna compatible con la idea de que el huésped nos fue encomendado por el Señor por una buena causa, sabiendo que seremos premiados por cuidar de él.

 

“No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.” (Heb. 13:2)

 

Referencias: Mt. 25:34b,35; Gn. 18:2-7; Heb. 13:2; 1 Pedro 4:9; Lc 10:5-6;

 

Lectura complementaria: Las costumbres para recibir huéspedes en las Tierras bíblicas.

5. Visitar a los enfermos

La acción consiste en acudir al encuentro de quien padece una alteración más o menos grave en su salud o se encuentra enfermo.

 

La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones se leen a lo largo de cada uno de los Evangelios. Es bueno procurar al visitarlos alegrar su estado de ánimo que naturalmente se encontrará alicaido por la enfermedad y ofrecerle nuestras oraciones por su mejoría.

 

Es necesario estar atento a la gravedad de su situación, ya que puede ser la ocasión propicia para hacer uso del sacramento de la Unción de los Enfermos (especialmente antes de una operación o si hay riesgo de vida). En los momentos finales de la vida es útil poder orar la Coronilla de la Divina Misericordia, debido a las promesas que Jesús aseguró a Sta. Faustina Kowalska cuando ésta se reza junto al moribundo.

 

Por otra parte también es una ocasión propicia para acercar sacramentales, como pueden ser el agua bendita, medallas, cruces, estampitas, oraciones, etc. y procurar que el enfermo no se sienta abandonado por Dios, sino al contrario que en nuestra visita pueda ver el mismo cuidado de Dios como lo hace un Padre que cuida de sus hijos.

 

Al realizar visitas a los enfermos es útil instruirse acerca del significado y sentido del sufrimiento para el cristiano, el dolor como medio para la purificación de nuestros pecados, la importancia de cargar nuestras cruces con paciencia y poder explicar estas cosas al enfermo para que no se desanime y pueda ofrecer sus dolores por su salvación y la de toda la humanidad, uniendo su sufrimiento a la Pasión de Cristo, sin olvidar la verdad fundamental en la fe de todo cristiano: Cristo ha resucitado. Nosotros también esperamos que al ser encontrados dignos el dia del juicio, nuestros cuerpos también resuciten para vida eterna, ya sin muerte ni enfermedad posible, hecho por el que se justifica tener que atravesar por momentos (siempre breves en relación a la eternidad) de dolor en nuestra experiencia terrenal.

 

Bautismo de necesidad. En el caso que el paciente no se encuentre bautizado y su vida se encuentre en riesgo, se puede realizar un Bautismo de necesidad, que puede realizar cualquier persona mediando los siguientes requisitos:


1) Tener la intención de realizar lo que hace la Iglesia Católica (quien lo administra desea bautizar y el paciente desea ser bautizado)
2) Derramar agua natural sobre la cabeza, diciendo al mismo tiempo la siguiente fórmula, sin omitir ninguna palabra: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Posteriormente se comunicará el hecho al sacerdote que corresponda al lugar para que perfeccione el acto en caso de obtenerse su mejoría.

 

“Entonces el Rey dirá a los de Su derecha: ‘Vengan, benditos de Mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo.


porque estaba desnudo, y Me vistieron; enfermo, y Me visitaron; en la cárcel, y vinieron a Mí.'” (Mt 25:34.36)

 

Referencias: Mt 25:34-36; Mc. 16:17-18; Mt. 10:8; Mc. 6:13; Stg. 5:14-16; Eco. 7:35; Gn 48:1-2; Sal. 103:3-4; CIC 1421; CIC 1503; CIC 1509; CIC 1515; [sobre el bautismo de urgencia: CIC 1284].

6. Visitar a los presos

La acción consiste en visitar a quien se encuentra sometido a una pena de privación de libertad en una cárcel u otro lugar de encierro.

 

Durante su predicación Juan Bautista fue encarcelado por Herodes y sus discipulos lo iban a visitar. El mandó a dos de sus discipulos a preguntarle a Jesús si era él quien habría de venir o si se debía esperar a otro. Jesús les respondió “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.” (Mt. 11:2-4).

 

Del mismo modo, hay otros muchos que hoy están encarcelados como Juan, y el mandato de Jesús es aplicable del mismo modo al tiempo presente. Entonces llevemos a los presos el anuncio de las obras que realizó Jesús, que dan cuenta de su divinidad, para que crean y por la fe se conviertan.

 

En el encarcelamiento de Pedro, y su posterior liberación milagrosa por acción del ángel que lo visitó (Hch. 12:4-11), encontramos como símbolo además, la liberación que Dios produce en el que se encuentra desesperanzado, descubriéndole la libertad de los hijos de Dios.

 

Es importante destacar que Jesús se ha identificado también con la figura del reo. Él siendo Dios, fue acusado injustamente de sublevarse a la autoridad del César del Imperio Romano, de proferir blasfemias y de realizar curaciones y expulsar demonios mediante el poder del demonio. Fue contado entre los delincuentes y condenado a muerte junto a dos malhechores.

 

A la luz de estos eventos es necesario meditar acerca de la facilidad que tiene el hombre para juzgar a sus semejantes. Es fácil caer en las apariencias y condenar a un inocente. Sólo Dios ve en lo secreto y conoce con exactitud los hechos, por lo que es conveniente seguir las enseñanzas de Jesús: “No juzgueis para no ser juzgados” (Lc. 6:37; Mt. 7:1-2; Jn 7:24).

 

De la propia experiencia de Jesús podemos apreciar que incluso la ocasión de su crucifixión junto a dos ladrones fue util para obtener la conversión de uno de ellos, que recibió la promesa del Paraíso para ese mismo dia (Lc. 23:39-43). En este mismo sentido, nuestra visita a los presos será también una oportunidad de llevar a Jesús a este lugar de encierro y de desesperanza, el consuelo que Dios está dispuesto a brindar es tan infinito como lo fue para el condenado recibir la promesa del Paraíso.

 

“Acuérdense de los presos como si ustedes estuvieran presos con ellos; y de los maltratados, como si ustedes estuvieran en sus cuerpos.” (Heb. 13:3)

 

Referencias: Heb. 13:3; Ef. 3:1; Mt. 11:2-4; Mt 25:34-36; Lc. 6:37; Mt. 7:1-2; Jn 7:24; Lc. 21:12; Hch 5:18-20; Hch. 12:5

7. Enterrar a los difuntos

La acción consiste en dar sepultura a un difunto realizando las tramitaciones que correspondieren.

 

“Hijo mío, llora por el que muere, muestra tu dolor y cumple los ritos fúnebres. Sepúltalo de acuerdo con las costumbres, y no te ausentes de sus funerales. Hijo, con amargo llanto y señales de duelo hazle un funeral como le corresponde.Deja correr las lágrimas uno o dos días, y después consuélate de la pena.” (Eco. 38:16-17)

 

La misericordia ha de extenderse también a los muertos, dándoles piadosa sepultura, defendiendo su buen nombre, ofreciendo los sacrificios oportunos por su alma. También los que lloran la pérdida de un ser querido necesitan de quienes puedan llevarles el consuelo.

 

Luego de la crucifixión y muerte de Jesús, José de Arimatea cedió su tumba para llevar el cuerpo de Jesús y sepultarlo allí. Tuvo valor para presentarse ante Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. También participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo. (Jn. 19, 38-42)

 

Dejar un cadáver sin sepultura era considerado una gran deshonra (cf. Jer 16:4; Jer 22:19; Is 34:3; Ez 29:5). Por eso, era un deber sagrado y una obra especialmente buena dar sepultura digna a los muertos.

 

Más tarde, también se sintió la preocupación de ofrecer por ellos oraciones y sacrificios, (2Ma 12:38-46).

 

¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano? Por que el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. Somos “templos del Espíritu Santo (1 Cor 6, 19). En tiempos de guerra, puede ser un mandato muy exigente por existir dificultades añadidas.

 

Referencias: Eco. 38:16-17; Tob 1:17; Tob. 12:12; Lc. 23:50-53; Jn. 19, 38-42; Hch 8:2; 2Sa 2:4; Eco. 7:33; 2Sa 21:10-14; 2Ma 12:38-46.

Fuente: www.deunanube.com/obras-de-misericordia/